El pasado 12 de febrero de 2010 subió definitivamente a la Arboleda el pintor Fidalgo víctima de una larga e intensa vida, dándo lugar al último de sus innumerables viajes que realizó en esta zona el llamado Pintor de las Minas y donde reposará definitivamente en el entorno de sus paisajes preferidos.
Nacido en Alen-Sopuerta- y descendiente de mineros, el ocre del mineral le subió por sus pies descalzos hasta calarle en lo más hondo. Nada más sencillo para los comienzos de un artista que desde su juventud tuvo claro que quería ser pintor y lo que quería pintar, que a pesar de tener alas en los pies siempre regresaba al lugar que le inspiraba sus más íntimos sentimientos. Hasta llegó a trabajar en la propia mina en compañía de Ibarrola y Blas de Otero con la finalidad de comprender mejor las entrañas sociales y humanas de su entorno. Con ellos viajó por Castilla, con lo puesto, es decir con su caballete y sus pinturas, plasmando todo lo que encontraban a su paso.
Cuando le tocó ir a la mili, larga en aquella época, tuvo la suerte de recalar en el Baztan donde pronto conectó con Apezetxea y Ana Marin entre otros y para quienes reservaba su cita periódica al caer el otoño. Luego se juntaron Sobrino, Arizmendi, Soubelet, Begoña Durruty y un sinfin de amigos. Otro viaje fundamental fue el que hizo a Madrid en compañía de Ibarrola y Ana Marin, alternando trabajos de variado tipo para poder pagarse los estudios en el Círculo de Bellas Artes y enriquecerse artísticamente colaborando con Oteiza y con los pintores de la escuela de Vallecas.
Las necesidades de la vida le llevaron a trabajar primero como jardinero en Bilbao y posteriormente en Babcock Wilcox hasta su jubilación. En esta empresa conoció a Marcelino Bañales con el que coincidió plénamente en el aspecto personal y artístico, dinamizando entre ambos un amplio grupo de pintores como Etxarte, Loizaga, Amalio, Picaza, Olano, Jovita, Aja, Casanova, etc.
Los veraneos en Castro hicieron que coincidiera con Carlos Goitia, Bernardo y Jandro con los que pintó la costa Cántabra. Pero el repentino y triste fallecimiento de Bañales le llevó a unirse más a Ángel Aja en cuya compañía estuvo los últimos años. Con él hizo el Camino de Santiago, a golpe de pincel, realizó un mural en la iglesia de La Reineta y un sinfin de exposiciones para lo cual tuvieron que recorrer los antiguos paisajes que Fidalgo guardaba en su interior. Pintor honrado, dotado de gran imaginación, bohemio, dicharachero y buen conversador pero sobre todo tan buen amigo que todos los que le conocieron llevan una pincelada suya en el corazón.
Ángel Aja
Que descanse en la paz de los artistas, que en vida no la conocieron, aunque la pintaron.
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