.jpg)
Como se preparan aquí las huertas en el mes de mayo, así se acerca José Mari a su pintura, haciéndola crecer sin prisa pero sin pausa. Una aventura fértil e interminable.
Una aventura fértil porqué inspira a todos los que nos acercamos a su arte con el corazón abierto para lograr estremecernos como si de chiquillos ante unos caballitos de feria se tratara. Una aventura interminable también, porqué una vez te metes en sus cuadros, ya no puedes salir de ellos.
Por eso, querida amiga o amigo que ahora te encuentras frente a sus cuadros leyendo estas líneas, te invito a intentarlo. Métete en alguno de sus cuadros y prueba a otear el horizonte desde lo alto de su querido monte, el Gorramendi, helado de blanco a principios de Enero o vestido de azul de Prusia y violeta al atardecer.
Prueba a caminar por entre sus bosques frescos y brillantes, a entrar en alguna de sus “zigzageantes” casas y asomarte al valle desde alguno de sus pequeños ventanucos. Prueba a tumbarte en alguno de sus prados de mil colores en otoño, tostados por el sol en verano o difuminados por el viento del sur en primavera.
Mira entonces hacia un cielo radiante de violetas, celestes y ultramar que se refleja en arroyos transparentes.
Parece casi un milagro y uno piensa que tanta grandeza no puede caber en un lienzo. Y lo mismo ocurre cuando le conoces porqué te planteas cómo alguien tan pequeñito y aparentemente frágil puede ser tan grande.
Pero sí cabe, sí… Basta con observar sus manos o mirarle a los ojos para descubrir la grandeza de lo sencillo. Y si te regala una de sus sonrisas, siempre francas y profundas, entonces ya has descubierto la honestidad de un trazo que muestra el poder de la línea para acariciar los montes y el valor de los colores para preñarlos de luz.
Belleza es a Baztán como Baztán es a José Mari, y José Mari es belleza. Una belleza sutil, delicada, suave, y a la vez, rotunda, directa, cierta. Y yo quiero esa belleza también para mí.
Por eso, a menudo, cuando el miedo me embarga ante algo nuevo que quiero pintar... recuerdo sus palabras durante el curso de pintura al aire libre del pasado verano... cuando agobiada, bloqueada... ante mi lienzo y el paisaje de Baztán, ante el molino de agua de Elbete, a orillas del río en su paso por Elizondo o en el bello y tranquilo pueblo de Arizkun, ante la casa vieja... me repetía "ya va, ya va..., lo estás haciendo bien".
Por eso y por tantas otras cosas, José Mari Apezetxea es el “Maestro”, el pintor de pintores, la referencia siempre para tantos, y en particular para el grupo “Igurikea” del que formo parte.
La persona que es para mí y mis compañeros el profesor, el amigo, el referente..., ante todo la persona de gran calidad humana que un día supo abrirme a la pintura con otros ojos y por ende, también a mi misma de forma renovada y más justa, y que tras ocho años de idas y venidas, me animó a hacer el viaje mi vida, de Barcelona a Erratzu, de la dirección de marketing a la pintura, para quedarme en ella, en la rotundidad de lo cierto, aunque a veces ésta también me hiera.
“Gracias siempre, José Mari”.
Diana Iniesta
Una aventura fértil porqué inspira a todos los que nos acercamos a su arte con el corazón abierto para lograr estremecernos como si de chiquillos ante unos caballitos de feria se tratara. Una aventura interminable también, porqué una vez te metes en sus cuadros, ya no puedes salir de ellos.
Por eso, querida amiga o amigo que ahora te encuentras frente a sus cuadros leyendo estas líneas, te invito a intentarlo. Métete en alguno de sus cuadros y prueba a otear el horizonte desde lo alto de su querido monte, el Gorramendi, helado de blanco a principios de Enero o vestido de azul de Prusia y violeta al atardecer.
Prueba a caminar por entre sus bosques frescos y brillantes, a entrar en alguna de sus “zigzageantes” casas y asomarte al valle desde alguno de sus pequeños ventanucos. Prueba a tumbarte en alguno de sus prados de mil colores en otoño, tostados por el sol en verano o difuminados por el viento del sur en primavera.
Mira entonces hacia un cielo radiante de violetas, celestes y ultramar que se refleja en arroyos transparentes.
Parece casi un milagro y uno piensa que tanta grandeza no puede caber en un lienzo. Y lo mismo ocurre cuando le conoces porqué te planteas cómo alguien tan pequeñito y aparentemente frágil puede ser tan grande.
Pero sí cabe, sí… Basta con observar sus manos o mirarle a los ojos para descubrir la grandeza de lo sencillo. Y si te regala una de sus sonrisas, siempre francas y profundas, entonces ya has descubierto la honestidad de un trazo que muestra el poder de la línea para acariciar los montes y el valor de los colores para preñarlos de luz.
Belleza es a Baztán como Baztán es a José Mari, y José Mari es belleza. Una belleza sutil, delicada, suave, y a la vez, rotunda, directa, cierta. Y yo quiero esa belleza también para mí.
Por eso, a menudo, cuando el miedo me embarga ante algo nuevo que quiero pintar... recuerdo sus palabras durante el curso de pintura al aire libre del pasado verano... cuando agobiada, bloqueada... ante mi lienzo y el paisaje de Baztán, ante el molino de agua de Elbete, a orillas del río en su paso por Elizondo o en el bello y tranquilo pueblo de Arizkun, ante la casa vieja... me repetía "ya va, ya va..., lo estás haciendo bien".
Por eso y por tantas otras cosas, José Mari Apezetxea es el “Maestro”, el pintor de pintores, la referencia siempre para tantos, y en particular para el grupo “Igurikea” del que formo parte.
La persona que es para mí y mis compañeros el profesor, el amigo, el referente..., ante todo la persona de gran calidad humana que un día supo abrirme a la pintura con otros ojos y por ende, también a mi misma de forma renovada y más justa, y que tras ocho años de idas y venidas, me animó a hacer el viaje mi vida, de Barcelona a Erratzu, de la dirección de marketing a la pintura, para quedarme en ella, en la rotundidad de lo cierto, aunque a veces ésta también me hiera.
“Gracias siempre, José Mari”.
Diana Iniesta
No hay comentarios:
Publicar un comentario